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Sané a alguien...

  • Foto del escritor: Navegante Literario
    Navegante Literario
  • 8 sept 2024
  • 2 Min. de lectura

Hoy sané a alguien, no ha de ser como alguno de aquellos grandes milagros que relata la biblia, cuando los ciegos obtenían vista, el paralítico caminaba; pero tampoco me parece menos.



Fue con tan solo hablar, aunque no me considere el indicado para eso; pero no importa lo que yo piense sobre mí en esto.


Me encontré con una persona que vivía en modo avión; desinteresadamente, como un jarrón; vacío por fuera y por dentro y solo cumpliendo su función, como una máquina; que mantenía una rutina de pasos sistematizados.


Una persona irrompible, indestructible, invencible; mientras permanencia en su fortaleza de cálida indiferencia hacia todo lo que exista.


Que no le tenía miedo a nada.


Es fácil no tener miedo, cuando no tenés a qué temerle.


Es fácil no tener a qué temerle, cuando no tomas riesgos.


Es fácil no tomar riesgos, cuando no haces nada nuevo.


En conclusión, es fácil no tener miedo cuando sos una lechuga o cuando vivís encerrado en el olvido, detrás una coraza de miedos inconclusos.


Hoy sané a alguien, cuando sin saberlo rasqué esa coraza y le llegó luz de afuera y quedó expuesto a la realidad.


Y cuando quedó expuesto, frágil, débil, indefenso, vulnerable; le dije "ya no tengas miedo, es un paso a la vez".


Y así mismo, un paso a la vez, salió de su coraza resquebrajada y se alejó de ese caparazón, aquel castillo de miedos que habían sido su fortaleza.


Y olvidó sus miedos, y sanó las heridas de su corazón; y fue frágil, pero pleno.


A veces es mejor tener miedo y ser humano; que ser invencible, pero indiferente.


Nuestros errores, defectos, miedos, heridas nos hacen reales, humanos, imperfectos; redimibles.


Esta es la belleza de lo simple, reparar una pierna rota está bien, pero abrazar un corazón partido es igual o más importante muchas veces.


Hoy sané a alguien con tan solo mis palabras, tal vez con un abrazo; tal vez dirán de mí que seguro algo pretendo oscura mente, dicen que no existen las buenas acciones desinteresadas.


Cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía.

A mí me es suficiente ver esa llamita encenderse a arder en ese pecho que antes contenía una corazón herido.


 
 
 

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