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- Navegante Literario
- 17 mar 2024
- 2 Min. de lectura
¿Sabes dibujar como niño? Esas ilustraciones que muchas veces cuesta encontrarles la forma, pero que ellos tienen tan clara como si fuera una fotografía.

Esos dibujos que son técnicamente "incorrectos" y que ni siquiera podrían atribuirse a una obra de surrealismo o arte moderno.
Creo que no me saldría hoy, que ya soy mayor, hacer esos dibujos con formas irregulares; pintados con rayones y los colores alterados.
Un elefante puede ser violeta, con la cabeza roja y más grande que el cuerpo y la cola verde, ¿Porqué? Y porque si, ¿Qué importa? Es un elefante... Es Mi elefante.
Hoy si hago un círculo y lo veo medio aplastado de algún lado, tengo que borrarlo y volver a empezar o usar alguna herramienta que me ayude a ser preciso. ¿Al niño le importa? Su círculo tiene más lados y esquinas de lo que te podrías imaginar. Y al final el elefante tiene los ojos cuadrados.
Quizás porque nos hemos perfeccionado al crecer y aquel dibujo es inconcebible a fin de los efectos, a menos que sea un regalo de algún infante.
Y ahí está el tema, el dibujo de un adulto puede llegar a tener un valor monetario muy importante, y el adulto se "perfecciona" más para seguir acrecentando ese valor (no digo que todos los artistas, pero en medidas generales, como una idea globalizada de arte). En cambio, el dibujo de un niño puede tener un valor mucho mayor y menos reconocido, el emocional, el afectivo.
El tema es que no se puede lucrar con eso, porque es desinteresado; el amor.
El valor del dibujo de un niño, es que cuando te dibuja te convierte en un corazón con ojos y unas orejas enormes y él es otro corazón que te está tomando la mano. Y te busca el mismo para dártelo, para ver qué cara pones y qué le decís.
A veces nos perfeccionamos, como si realmente fuera algo bueno. Y si, uno adquiere cierto nivel de excelencia en su trabajo, en su pasión. Pero, tal vez con la adultez, además del detalle sumamos otros intereses; a causa de preocupaciones o miedos.
Al dejar la niñez atrás, cambiamos los valores, y tal vez en muchas cosas más que en la forma de dibujar o pintar. ¿Cuántas?
No estaría de más, de vez en cuando, volver a ser niños y expresar con inocencia y pureza lo que sentimos.
Que lo importante deje de ser importante, que lo menospreciable tome su valor de su significancia, aunque parezca insignificante.
Prefiero desaprender y ser auténtico, aunque nadie esté de acuerdo conmigo; que aprender a ser uno más del montón, con sus mismos lineamientos y formalidades.
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